Es el mayor de cuatro hermanos. Sus
padres eran labradores acomodados de la localidad castellano manchega de Tomelloso
y su casa estaba situada en la calle Domecq. Su temprana vocación por el
dibujo, así como la influencia de su tío, el pintor Antonio López Torres,
conformaron su decisión de dedicarse a la pintura.
En 1949 se trasladó a Madrid para preparar su ingreso en la
Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde coincidió con diversos artistas
como Enrique Gran, Amalia Avia, y Lucio Muñoz, con los que conformó lo que se
ha venido a llamar Escuela madrileña. Permaneció en la academia entre 1950 y
1955. En 1955, y gracias a una beca, viajó a Italia, donde conoció de primera
mano la pintura italiana del Renacimiento. Sufrió así una pequeña decepción al
contemplar en vivo las obras maestras que sólo conocía por reproducciones, y
que hasta ese momento veneraba. Comenzó a revalorizar la pintura clásica
española, que tan bien conocía, gracias a las frecuentes visitas al Museo del
Prado, especialmente Diego Velázquez.
Tras terminar los estudios realizó sus primeras exposiciones
individuales, en 1957 y 1961 en Madrid, mientras trabajaba tanto en esta ciudad
como en la localidad que le vio nacer. En 1961 se unió en matrimonio a la
también pintora María Moreno, unión de la que nacieron dos hijas: María en 1962
y Carmen en 1965. Desde este último año y hasta 1969 fue profesor encargado de
la Cátedra de preparatorio de colorido en la Escuela de Bellas Artes de San
Fernando.
En 1990 el director de cine Víctor Erice filmó El sol del
membrillo, filme en el que se recoge el proceso creativo del artista mientras
pinta un membrillero del patio de su casa. En enero de 1993 fue nombrado
miembro de número de la madrileña Real Academia de San Fernando y en ese mismo
año, el Museo Reina Sofía le dedicó una exposición antológica.
En 2008, el Museo de Bellas Artes de Boston le dedicó una
exposición monográfica. Además, su obra Madrid desde Torres Blancas alcanzó en
una subasta de Christie's de Londres el 1.918.000 €, la mayor cantidad pagada
hasta ese momento por una obra de un artista español vivo.
En 2011 el Museo Thyssen-Bornemisza y el Museo de Bellas
Artes de Bilbao le dedicaron sendas exposiciones temporales con obras de todas
sus etapas, aunque mayoritariamente de su última producción.
Sus cuadros se desarrollan a lo largo de varios años,
décadas en ocasiones, con una plasmación lenta, meditada, destilando con cada
pincelada la esencia del objeto o paisaje, hasta que el artista consigue
plasmar la esencia del mismo en el lienzo.
El pintor busca entre la realidad que le rodea aquellos
aspectos cotidianos, que él recoge con un tratamiento pleno de detallismo,
rozando lo fotográfico. Sus preferencias van desde las vistas de Madrid hasta
los retratos de sus familiares, pasando por los objetos más cotidianos y
cercanos.
A lo largo de la mayor parte de su carrera artística,
Antonio López ha desarrollado una obra independiente, en medio de un panorama
artístico estructurado en base al informalismo y la abstracción. Tampoco parece
tarea fácil vincular la obra de López con las tendencias realistas europeas más
recientes, o con el hiperrealismo americano.
La obra de Salvador Dalí ejerció en él una destacada
influencia, tomando el gusto acusado por la realidad y el predominio del dibujo
sobre la pintura. A partir de 1957, su obra presentará cierto aire surrealista.
Las figuras y objetos que aparecen en sus cuadros flotan en el espacio, son
imágenes sacadas de contexto que se relacionan de forma conflictiva.
Entre sus esculturas más destacadas podemos encontrar:
Antonio y Mari, 1967-1968. Madera policromada. Es uno de los
escasísimos autorretratos de Antonio López, representado aquí con su esposa.
Relacionados con los retratos de parejas que el artista pintó en los años
cincuenta, estos dos bustos tallados en madera y pintados (con los ojos de
cristal) nos remiten a la tradición del doble retrato escultórico de carácter
funerario de la antigüedad.
Figura de mujer. Eva, 2010. Cera blanca y escayola. 67 x 53
x 25 cm. (Colección del artista). Concebida inicialmente como parte de un grupo
de la Creación de Adán y Eva, esta figura surge de la tierra y alza la cabeza
hacia el cielo, en dirección a Levante, para saludar al sol naciente en una
actitud de adoración, casi extática.
Hombre tumbado, 2011. Bronce. 184,5 x 25,5 x 81,5 cm
(Colección del artista). Antonio López insiste en que no se trata de un Cristo
muerto, sino de un Hombre vivo, como indican las abultadas venas del cuello,
los músculos marcados y tantos indicios de tensión en esta obra intensamente
expresionista.
Composición con cabezas, 1996-2011. Escayola, cera, barro,
bronce, piedra, oro y plata. Medidas variables. (Colección del artista). La
cabeza como objeto escultórico tiene una larga historia que culminó en el siglo
veinte en la obra de Brancusi. Para la exposición en el Thyssen, Antonio y su
hija María han compuesto esta mesa con las innumerables cabezas de sus nietos
en distintos formatos y materiales.
Carmen dormida (La Noche), 2007. Bronce 243 x 200 x 228 cm.
Toda la escultura reciente de Antonio López parece irradiar un aura espiritual.
Al agigantar una de las cabezas de sus nietos (en este caso, de su nieta
Carmen), esta se convierte en una divinidad misteriosa, comparada a veces con
un Buda en reposo o con un dios olmeca.
Hombre y mujer, realizada entre 1968 y 1994, en madera de
abedul y cristal. Para realizar esta obra utilizó técnicas como la talla, el
modelado, el ensamblaje, el encolado o la policromía. Sus dimensiones son: Figura
masculina: 195 x 59 x 46 cm / Figura femenina: 169 x 42 x 38 cm
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