César Manrique (1919-1992) nació
en Arrecife, Lanzarote, isla en la que su trayectoria artística ha dejado
huellas imborrables. (Pionero del Land Art en España )
Tras finalizar sus estudios en la
Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid (ciudad en la que vivió
entre 1945 y 1964), expone con frecuencia su pintura tanto dentro como fuera de
España. Participa en la XXVIII y XXX Bienal de Venecia (1955 y 1960) y en la
III Bienal Hispanoamericana de La Habana (1955). En la primera mitad de los
cincuenta, se adentra en el arte no figurativo e investiga las cualidades de la
materia hasta convertirla en la protagonista esencial de sus composiciones a
partir de 1959. Se vincula así —al igual que otros pintores españoles como
Antoni Tàpies, Lucio Muñoz, Manuel Millares...— al movimiento informalista de
esos años.
Viaja por diversas partes del
mundo y, en 1964, se traslada a vivir a Nueva York. El conocimiento directo del
expresionismo abstracto americano, del arte pop, la nueva escultura y el arte
cinético, le proporcionó una cultura visual fundamental para su trayectoria
creativa posterior. En Nueva York, expuso individualmente en tres ocasiones —en
1966, 1967 y 1969— en la galería Catherine Viviano.
Una parte importante de su escultura la constituyen los móviles, lo que él llamaba
Juguete del viento. Son estructuras sólidas, pesadas, de hierro, compuestas de
esferas, círculos, pirámides... Con el viento se vuelven etéreas, sin peso, y establecen un complicado movimiento
rotatorio opuesto. Sin duda había asociado su imagen con la de los molinos de
viento, muy abundantes en Lanzarote en el pasado.
En 1966, regresa de manera
definitiva a Lanzarote. En la isla, que iniciaba entonces su desarrollo
turístico, promueve un modelo de intervención en el territorio en claves de
sostenibilidad que procuraba salvaguardar el patrimonio natural y cultural
insular; modelo que fue determinante en la declaración de Lanzarote como
Reserva de la Biosfera por la UNESCO en 1993.
Paralelamente al compromiso con
el territorio insular, Manrique abrió su trabajo creativo hacia otras
manifestaciones artísticas. Así, elaboró un nuevo ideario estético, al que
denominó arte-naturaleza/naturaleza-arte, que pudo concretar en sus obras
paisajísticas, un ejemplo singular de arte público en España: Jameos del Agua,
su casa de Tahíche —hoy sede de la Fundación César Manrique—, Mirador del Río,
Jardín de Cactus, etc.
Para César Manrique la naturaleza
no fue sólo la referencia fundamental para su creación artística, sino también
para su vida. No creó en la naturaleza, sino que creó con ella, y su relación
con el entorno no fue simplemente estética sino de un verdadero y ejemplar
compromiso con la defensa del medio ambiente.
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